BIG DATA Y SENSIBILIDAD HUMANA EN LA SMART CITY
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Algunas de las definiciones que resultan muy relacionadas con los procesos de transformación digital son las de smart cities: proyectos que combinan dos aspectos básicos de nuestra condición civilizada, la conservación de lo propiamente “humano” y lo tecnológico para hacer del espacio urbano algo seguro, sostenible y amable.
Una de las grandes posibilidades del Big Data es que podría usarse para redireccionar la gestión de la información y todas sus estrategias asociadas con objeto de redibujar a la “ciudad” como algo pensado para todos esos rasgos que nos marcan como seres sensibles, de necesidades y con una inagotable sed de experiencias.
Experiencias que, al menos, no sobrealimenten aquellos componentes masificantes que las grandes revoluciones tecnológicas pueden traer. En este sentido, uno de los objetivos es el “entorno sensible”: que puede adaptarse gracias a un análisis y posterior aprendizaje sobre nuestra conducta (a partir de los datos que ésta genera).
El concepto tiene relación con una realidad que se impone a pasos agigantados y no exenta de polémica: el tremendo avance de la hiperconectividad. El hecho de que cada vez más y mayores parcelas de la realidad social, como la Administración, y sectores de nuestra vida cotidiana, como los trabajos domésticos y el transporte (cuyo funcionamiento lleva décadas delegándose en máquinas) se hayan asumido como subsistemas que producen datos susceptibles de recopilarse, ordenarse y utilizarse, ha terminado por originar la idea de que los espacios urbanos desarrollarán una especie de “verdad superestructural” añadida: una versión digital de nuestra vida, rutas y espacios diarios sobrepuesta a lo que podemos observar.
De hecho, la evolución de los sistemas de geolocalización y los datos sobre hábitos de búsqueda apuntan a una versión digital de la “ciudad” pseudo-adaptada al individuo que camina por ella esperando, simplemente, que las cosas del día a día marchen lo mejor posible.
El “entorno sensible”, aspecto importante de algunas de las teorizaciones sobre smart cities, busca que ese día a día sea mejor en base a que la nombrada versión digital de la “ciudad” vaya personalizándose según va aprendiendo de nuestro comportamiento en la “dureza” de la realidad más ultimada.
Naturalmente, la concepción de una posible “verdad superestructural” como traslación digital del entorno urbano es algo que todavía navega entre el ámbito de la Filosofía, la ciencia y la tecnología. Pero la manera como han evolucionado los movimientos poblaciones en las últimas décadas más la velocidad a la que progresamos en las técnicas y herramientas para recoger y usar la información, hacen pensar que una “ciudad” de seña electrónica impuesta sobre esta que vivimos cada mañana es totalmente inevitable (recordemos que, según la ONU, la mitad de todos los seres humanos actualmente está residiendo en cascos urbanos).
De forma que la discusión parece estar en si la virtualización que implica la smart city apuntará realmente a conservar nuestros límites propiamente humanos o, por el contrario, profundizará la masificación, dificultará la alteridad y fomentará la soledad definitoria del sujeto que (des) socializa en la red. Los procesos de automatización, robotización e inteligencia artificial pueden tener la impronta totalitaria de la película Elysium (2013) o transmitir una crónica de esperanza como la del ingeniero Newton Crosby en la película Short Circuit (1986).
El hecho, pues, es que las capacidades que pone a nuestro alcance el Big Data y el Data Science permitiría que el “entorno sensible”, inteligente, sea útil a las necesidades de identidad que nos caracterizan, y donde la coexistencia y la cooperación sean no sólo valores generales sino base del factor tecnológico. En otras palabras, si la “ciudad” (digital) puede aprender de mí para adaptarse yo también puedo aprender de los otros para convivir mejor. Incluso puedo ser parte de un reclamo social porque lo digital y la riqueza de la información persigan con más fuerza su esencialidad universal (deshacer lo que se denomina el “gueto” tecnológico).
Desde esta perspectiva, la transformación digital también puede ser nuestro “laboratorio”, donde usemos el recurso de la interfaz para probar ensamblajes nuevos de realidades, culturas, etc. que se traduzcan en mejores arquitecturas y comportamientos dentro del espacio público.
Es decir, el gran avance que significa la capacidad de analizar grandes volúmenes de datos sirve, por supuesto, para mejorar la gestión de los recursos económicos y humanos, la eficiencia energética, la maximización de la productividad y tratamiento de los residuos o el problema de la movilidad; pero una de las prioridades siempre debería ser la situación anímica del hombre y mujer de la futura gran smart city: un individuo que necesita sentirse estable y equilibrado, no alterado ni hiperestimulado, cuando se desconecte de todos sus dispositivos. Y esto pasa por que la “ciudad inteligente” englobe o comprenda su demanda y praxis especificas (su propia individualidad), lo que puede revertirse en que el individuo no tenga siempre la impresión de ser un pequeño y simple conjunto dentro de una gigantesca sucesión numérica.
Sin duda, entre los grandes potenciales y campos de trabajo que se abren al científico de los datos están los desarrollos enfocados a la smart city, que es igualmente uno los aspectos estudiados en la propuesta formativa de Experto, Especialista y Máster en Big Data y Data Science online de la UNED.